Sed de Arte
La oscuridad me rodeaba, pero ya no era la misma. Cada sombra parecía tener vida propia, susurrando misterios. El ardor en mi garganta era insoportable, como si algo dentro de mí gritara por salir.
Abrí los ojos. Estaba en el suelo frío de la galería de arte, rodeada por imponentes retratos de Lita Cabellut. Las figuras de las pinturas me observaban con ojos acusadores, casi como si supieran lo que acababa de suceder. Cada pincelada parecía más viva de lo normal, vibrante y caótica.
Mi mano fue instintivamente al cuello. Aún sentía las dos perforaciones. El recuerdo de su mordida era un zumbido constante en mi cabeza.
La voz de mi binomio sonó en mi pocket, sacándome del trance.
—Doria, ¿me copias? Estoy revisando la planta baja.
Mi compañero. Sabía que debía responder, pero las palabras se atascaban en mi garganta.
—Afirmativo…. Estoy inspeccionando la sala lateral —murmuré, mi voz sonando extrañamente hueca.
—¿Todo bien?
—Todo en orden.
Guardé el pocket y me apoyé contra una columna, respirando hondo. El aire estaba cargado de olores que antes no percibía: óleo viejo, polvo, y algo más… sangre.
Una risa suave resonó detrás de mí.
Me giré bruscamente.
Ella estaba allí, recostada con gracia en una pared. Su piel pálida brillaba bajo la tenue iluminación, y sus ojos me atravesaban con una mezcla de deseo y diversión.
—Te sienta bien el cambio —comentó con su tono melódico.
—¿Qué me has hecho? —espeté, el ardor en mi garganta intensificándose al mirarla.
Su sonrisa se ensanchó.
—Te he mostrado el mundo real. Ahora tienes sentidos que antes ni imaginabas.
Cada palabra suya se deslizaba por mi piel como una caricia peligrosa. Era hipnótica, y lo sabía.
Pero entonces algo cambió. Un latido fuerte, nervioso, se filtró en mis oídos. Mi cabeza se giró automáticamente hacia el origen. No era ella. No esta vez.
—¿Lo sientes? —preguntó, acercándose por detrás, sus labios rozando mi oreja—. Alguien más está aquí.
Me concentré en el sonido. Era débil pero acelerado. Oculto. Seguí el ritmo con mis sentidos, dejando que me guiara.
Mis ojos se fijaron en la rejilla del sistema de aire acondicionado en la pared.
—Está ahí.
Ella sonrió, complacida.
—Muy bien, Valeria. Vamos a cazarlo.
Salté hacia la rejilla con una agilidad que me sorprendió. Arranqué el panel de un tirón y dentro encontré al ladrón, encogido y temblando. El sudor le resbalaba por la frente mientras sus ojos se abrían desmesurados al verme.
—Sal de ahí — gruñí.
El hombre intentó retroceder, pero antes de que pudiera hacerlo, ella apareció a mi lado, sujetándolo por el cuello de la camisa y tirándolo al suelo.
El olor de su miedo era embriagador. Su corazón latía como un tambor desbocado.
—Tienes hambre — susurró ella, acercándose tanto que sentí su aliento frío en mi mejilla—. Puedo enseñarte cómo calmarla.
El ladrón intentó arrastrarse, pero mis manos se cerraron alrededor de sus hombros, inmovilizándolo. Mi garganta ardía. Los colmillos se extendieron con una facilidad casi natural.
Ella se arrodilló a mi lado, su cuerpo rozando el mío, el calor de su presencia haciendo que mi piel hormigueara.
—Déjate llevar.
Con un impulso primitivo, hundí mis colmillos en el cuello del ladrón. El sabor de la sangre inundó mi boca, cálida y vibrante. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, y una energía desconocida me invadió.
Ella no se quedó atrás. Inclinó su cabeza hacia el lado opuesto del cuello del ladrón y mordió con elegancia.
El momento se convirtió en un perverso baile. Nuestras respiraciones se mezclaban, nuestros cuerpos entrelazados, sincronizados, mientras bebíamos juntas.
No era solo la sangre lo que corría entre nosotras, sino una corriente eléctrica cargada de deseo y peligro.
Finalmente, me separé, jadeando, mientras el ladrón caía débil pero vivo al suelo.
Ella lamió sus labios manchados de rojo y me observó con intensidad.
—No lo mataste —comentó con un tono casi orgulloso.
—No soy un monstruo —respondí, aunque en mi interior no estaba tan segura.
Saqué las esposas de mi cinturón y, temblando, esposé al ladrón.
—Estás detenido.
Ella se rio suavemente, acercándose una vez más.
—Eres adorable cuando intentas seguir las reglas.
Su mano rozó mi mejilla, suave pero firme. Nuestros rostros estaban tan cerca que podía sentir el roce de sus labios sin que se tocaran.
—Este es solo el principio, Valeria. Pronto sabrás lo que realmente deseas.
Y con eso, se desvaneció entre las sombras, dejándome allí, sola, con el ladrón inconsciente a mis pies… y un fuego oscuro ardiendo en mi interior.
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Candela Decadente
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8 Marzo 2025