aprendizajes de vida

Phoenix Canariensis

Soy más de mar que de montaña, por eso cuando me ofrecieron formar parte del proyecto Corazón de Árbol no tuve duda en cuál sería mi elección.

No eres un árbol milenario, ni mágico, ni produces grandes y jugosos frutos. A pesar de eso tienes algo muy simple y a la vez muy especial: tu presencia.

Eres lo primero que veo cuando abro las cortinas de mi salón y lo último al cerrarlas desde hace ya bastantes años.

No eres mi árbol favorito, pero con el paso de los años te has ganado mi corazón.

Nuestra historia se remonta a once años atrás, cuando me mudé a un tercero en Castelldefels. Cada mañana al salir a la terraza me quejaba porque tú y tus hermanas me tapabais con vuestras frondosas copas mis vistas al mar.

Si soplaba el viento, mi cuello se movía al mismo son que vuestras palmas. Casi siempre os salíais con la vuestra, impidiéndome que sacara la foto perfecta del surfista deslizándose en su mejor ola.

Convivimos así durante algunos años hasta que un día ocurrió algo inesperado.

Una cuadrilla de jardineros se presentaron una mañana en el jardín de mi urbanización, recuerdo que el sonido de las sierras eléctricas me despertó.

Cuando salí al balcón observé como un par de hombres vestidos de verde con máscaras protectoras en la cara se encontraban encaramados en ti.

No se lo pensaron dos veces cuando te metieron mano, segando tu copa y destruyendo la vida de la que tantas veces me había quejado.

Lo que en un primer momento podría parecer positivo resulto todo lo contrario. El corazón se me heló viendo como te desplomabas en el suelo.

Bajé corriendo al jardín para indagar que estaba pasando.

Localice rápidamente a un jardinero que se encontraba haciendo labores con la grúa.

– ¿Qué está pasando por qué las estáis cortando?

– Están enfermas y algunas de ellas ya han  muerto. El Picudo Rojo está afectando a esta especie.

Sus larvas perforan galerías y se hospedan en el interior convirtiéndose en una gran plaga. El control de este insecto es complicado.

Los jardineros se fueron  dejándome con unas bonitas vistas al mar, pero huérfana de tu presencia.

Un sentimiento agridulce invadió mi corazón durante una buena temporada.

Me protegías del viento de garbí y de las miradas invasoras de los transeúntes que pasaban por debajo de mi casa. Ojalá te hubiera apreciado más el tiempo que convivimos juntas.

Pasaron los años y me mudé de municipio, pero no de mar.

Me volví a reencontrar contigo, de nuevo tapándome las mejores sesiones de los surfistas.

En esta ocasión sonreí y agradecí. Me siento feliz de tenerte y observarte cada día y cada noche al correr las cortinas de mi salón.

Una vez al año, en otoño, llega la cuadrilla de jardineros vestidos de verde con sus máscaras protectoras y su grúa para podar las palmas amarillentas de vuestras copas.

Nuestra conversación recurrente se basa en saber si el Picudo Rojo ha hecho presencia y qué medidas preventivas podéis aplicar al respecto.

Una de las características que más me fascinan de vosotras es vuestra flexibilidad ante los envites del viento y la capacidad de adaptación a las diferentes condiciones ambientales.

No cuentas con grandes raíces principales, pero si tienes miles de raíces fibrosas con las que consigues llegar a aguas subterráneas para abastecerte.

No eres mi árbol preferido, pero el día que no sienta tu presencia te voy a añorar con tu ausencia.

Candela Decadente

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1 month ago