vivir arte a través
Los fantasmas del Reina Sofia II
Los compañeros de eternidad inician el viaje a Madrid, Santiago va al volante y los otros tres miran por las ventanas como el paso del tiempo ha transformado el paisaje, incluso don Eugenio tiene pegada la nariz al cristal.
- Santiago por Dios más despacio que nos vamos a estrellar – comenta el alcalde
- ¿No tendrá miedo de que nos matemos? – le responde el cabo
- Yo no sé, pero todo esto me parece una locura, salir así del pueblo, ¿Y si nos perdemos? Además las pinturas que hay en este librillo son obras del mismísimo demonio, no hay santos, paisajes, ni siquiera retratos.
- Durante más de ochenta años, se lleva repitiendo la misma escena cada luna llena y hoy ha pasado algo diferente, quiero saber qué significa y si al fin podremos descansar. No sé de qué manera pero todo esto tiene que ver con ese Museo.
Circulan por la autovía de la Coruña siguiendo los carteles dirección Madrid, en el arcén ven a una chica jóven, pálida, vestida de blanco y con el pelo suelto, les está haciendo gestos. En un primer momento les sorprende que pueda verlos, no es habitual entre los mortales, pero deciden votar que hacer y gana parar.
La mujer entra y se coloca en el asiento del centro, entre el cura y el alcalde. No es muy comunicativa, apenas saluda y no contesta a la pregunta sobre cómo se llama. Pasados unos kilómetros, levanta el brazo señalando una curva.
- Reducir, ir con cuidado, en esa curva me maté yo.
- Pues mira tú qué novedad – le responde don Teodoro – ya me extrañaba a mi, hemos recogido a otro fantasma, mira niña nosotros llevamos muertos desde principios del siglo pasado.
La muchacha se queda aún más pálida, no estaba acostumbrada a ser ella la sorprendida
- ¿Qué hacéis aquí?, este es mi territorio
- ¡Vaya!, nos ha salido un espectro territorial.
Se presentan y le cuentan su historia, la niña de curva decide ayudarles, se llama Carla, ella falleció en un accidente hace unos años y no tiene muchas oportunidades de socializar, se ofrece a hacer de guía por la gran ciudad.
Lo primero que les sorprende son las pantallas con publicidad que hay en el intercambiador de autobuses a la entrada de Madrid, se sienten como unos niños que descubren un mundo nuevo. Al llegar a la Plaza de España la furgoneta decide no andar más
- No sabía que una furgo fantasma podría estropearse – dice la joven
- Este cacharro nunca funcionó bien del todo, hemos tenido suerte con que nos haya traído hasta aquí ¿Y ahora qué? – dice Santiago mientras da un portazo al salir.
- Pues yo lo veo muy claro, seguimos a pie, ¿nos puedes llevar al Reina Sofia? – Contesta Pedro, que se para en seco y se queda mirando una bandera roja y gualda enorme ondeando en la plaza.
- ¿Perdimos la guerra?
Santiago le coge del hombro y le consuela.
- Los cuatro lo hicimos, estamos muertos y repitiendo una puta partida de mus que siempre acaba igual, a mi no me suena a victoria.
La comitiva espectral toma rumbo al museo por la Gran Vía, a pesar de las horas, la calle está llena de personas, nadie les ve, sólo un perro gruñe a su paso, su dueño tira de la correa para que continúe.
Terrazas llenas, luces, teatros con grandes carteles, gentes que van y vienen de todo tipo y condición, parece como si este país definitivamente hubiera entrado en la modernidad. Carla les va comentando cómo han cambiado las cosas, que ahora vivimos en democracia, dentro de la Unión Europea y todos los derechos que se han logrado durante estos años.
Ahora es don Teodoro quien da un respingo y empieza a santiguarse, acaba de ver en la misma Puerta del Sol a dos mujeres besándose.
- ¿Dónde está la moral de este país?
- Venga Teo, ¿Quieres que te recuerde las historias que contabas del seminario? ¿Eso si te parecía moral? Tira para delante, afortunadamente la gente parece que puede vivir como quiere.
Carla interviene para evitar que la cosa vaya a más y consigue que sigan su camino, cuando están apunto de llegar, ya en la Calle Atocha, Eugenio se para frente a un bar, sale el olor a las raciones de calamares fritos y como hipnotizado no puede evitar entrar a la carrera.
El resto van detrás, saben que no puede resistirse a la cerveza bien fría y unas raciones, cuando entran, lo encuentran frente a una mesa, inmóvil, las lágrimas caen por sus mejillas.
Se trata de una familia, padres hermanos e hijos discutiendo por política, que si los tuyos son unos ladrones, si pero los tuyos más… el tono va subiendo hasta que los dos hermanos se agarran. En ese momento Eugenio coge una jarra y la estrella contra el suelo. En el local se hace el silencio al ver una jarra volar de la nada.
Santiago y Pedro sacan al alcalde del local, ninguno dice nada, porque todos lo saben todo, en el fondo sigue siendo el mismo país de mierda con un sutil barniz de modernidad. Todos callan y andan en silencio, con la cabeza baja, ya no se miran entre sí, ni miran la ciudad.
Carla les deja en la puerta del Reina Sofia y les despide con un abrazo.
- Espero que encontréis lo que estáis buscando, mucha suerte.
Entran en el museo, y se cruzan con una fila de monjas vestidas de época, la última tira de una niña con una rabieta, lleva una vestido blanco con puntillas, Teodoro se dirige a ella.
- Hermana, por Dios, qué le pasa a esa cría, no la trate así.
- Es Raimundita, vive en el Palacio de Linares, pero muchos días se escapa por la ciudad, tiene que volver a su casa. ¿Y ustedes?, nunca les he visto por aquí.
Se adelanta Pedro y le da el folleto
- Venimos de lejos buscando esto ¿Nos puede ayudar?
- Es el Guernica, tienen que subir a la primera planta, es más fácil si usan los ascensores exteriores. – La monja devuelve el folleto y la comitiva desaparece por la entrada principal.
En el exterior una pareja se hace carantoñas en una de las terrazas de la plaza, la mujer sacude el hombro de su chico.
- ¡Mira! Los ascensores, se mueven solos.
Los cuatro compañeros siguen las instrucciones recibidas y llegan a la sala con un gran cuadro en blanco y negro que ocupa toda la pared, es la primera vez que lo contemplan pero les parece muy familiar, ellos han vivido en su piel el desastre, los gritos y la desesperación.
La magia del arte lleva a cada uno a un sitio muy distinto del esperado:
Santiago recuerda ese día en el que defendió a su amigo Pedro de los abusones del pueblo. Le empujaron al suelo mientras le llamaban cuatro ojos, a la vez que se pasaban el su libro.
Pedro viajó a los tiempos en los que ayudaba a Teodoro en el colegio del seminario, sus padres le habían llevado allí porque no lo podían mantener y no era muy bueno con los estudios. Cada vez que no se sabía la lección, probaba la correa de su profesor.
Teodoro vuelve a la puerta de su casa y ve como Eugenio, a escondidas de sus padres, llevaba comida a su familia, les había quitado mucho hambre.
Eugenio se traslada al momento que con diez años juraron que serían amigos siempre, y lo sellaron con sangre, cortándose la mano con la navaja del abuelo de Santiago.
Todos se miran la cicatriz de sus manos y dicen a una sola vez
- Lo siento mucho.
En ese momento se caen las ropas con las que fueron enterrados, les vienen grandes, han vuelto a ser esos niños, se acaban de sacar las prendas que les quedan y se abrazan, desnudos, como nacieron.
En la pared de enfrente se abre un hueco con una luz brillante, no dicen nada pero saben lo que tienen que hacer, se cogen de las manos y atraviesan el portal.
Continuará
Miriam E. Monroy
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1 month ago