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Sin Identificar
Primera Parte. Localización del cadáver.
Viernes 13 de enero de 2023.
A las 04:45 horas sonó el despertador. Gabriela se levantó maldiciendo la hora.
A oscuras y a tientas para no despertar a su pareja, entró en el baño para darse una ducha y enfilar al trabajo. Era una mañana gélida y oscura de profundo invierno.
A Gabriela no le gustaba nada madrugar, pero menos pasar frío.
Encendió el calentador y acto seguido abrió el grifo de la ducha.
Sentada en el váter con puños apoyados en su barbilla, orinó mientras esperaba que la temperatura fuera óptima para que el agua tocará su piel.
Este es el precio que tienes que pagar por hacer lo que tanto te gusta. Se dijo a sí misma.
¿No crees que quizás después de 18 años ya va siendo hora de explorar otros campos que sean más acordes con tus biorritmos?
Gabriela tenía 46 años, era la jefa de la Unidad de Investigación de policía de su localidad desde hacía 5 años.
Igual que la mamá de Forest Gump siempre les decía a los novatos que un día en una comisaría era como una caja de bombones, ya que nunca sabías que te iba a tocar y menos como iba a acabar.
La escasa rutina y poca monotonía en el trabajo, era la cara que le daba la vida a Gabriela. Los madrugones, su cruz. En más de una ocasión habría estampado su despertador contra la pared.
A las 05:45 horas Gabriela llegó a comisaría, el sargento de turno de noche le pasó las novedades.
- Buenos días, Gabriela, espero que hayas desayunado, hoy vas a tener un día largo. Tenemos un cadáver sin identificar.
- Buenos días, Rafael. La verdad es que no me he tomado ni un café. Cuéntame. Esta noche, sobre las 05:30 horas, una familia que iba de camino al aeropuerto tuvo que parar su coche en el arcén de la carretera. A uno de los niños le entró ganas de vomitar por los nervios del viaje.
Para no manchar la tapicería del Volvo, tuvieron que parar el vehículo encima del puente situado a unos escasos 900 metros del acceso a la terminal 1 del aeropuerto.
El hijo de 8 años y la madre salieron del vehículo.
Madre e hijo se acercaron a la barandilla del puente y mientras la madre le agarraba la cabeza, su hijo vomitaba. La sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron que el vómito del niño estaba impactando sobre el cuerpo desnudo e inmóvil de un hombre que había justo debajo de ellos. - ¿Menuda estampa tenemos no?
- La familia está identificada, se le ha tomado declaración y a estas horas están rumbo a Escandinavia para ver a Papa Noel, no hay cámaras ni testigos.
- ¿Un poco tarde no?
- Ya lo sé, a mí también me extrañó. Parece ser que los padres han conseguido un descuento muy bueno, a través de una agencia de viajes para ir a ver a Santa fuera de temporada.
- Hemos balizado la zona y el cadáver sigue debajo del puente custodiado por dos agentes a la espera del médico forense.
- Perfecto, voy para allí
Diez minutos después, Gabriela llegó al lugar de los hechos. Sobrepasó el cordón policial y observó que se trataba de un hombre de complexión delgada, de unos 50 años, pelo oscuro. Yacía desnudo en el suelo entre la maleza.
Gabriela observó algunos restos de lo que parecía krispis y colacao encima del cadáver. A su lado se encontraron unos tejanos con los bolsillos vacíos, una camiseta blanca y un jersey oscuro. La ausencia de documentación hizo imposible determinar en primera instancia de quién se trataba.
Sobre las 07:00 horas y con los primeros rayos de luz, llegó el forense y examinó el cuerpo sin vida. El hombre se encontraba tumbado sobre su costado izquierdo y en posición del boxeador, con los brazos medio levantados y los puños cerrados. El rigor mortis hacía imposible recoger huellas in situ para su identificación.
- Funeraria lo trasladará al anatómico forense, vengan sobre las 10:00 horas para que puedan estar presentes en la autopsia, dijo el forense.
- Allí nos vemos entonces. Trataremos de recoger las huellas y así poder identificarlo durante la mañana. Contestó Gabriela.
Segunda parte. La autopsia
El anatómico forense estaba situado en una de las vías principales de la capital. Era un bajito edificio gris, pegado a los diferentes juzgados de la ciudad Condal.
Pero no había que dejarse engañar. Todo lo que aquel grisáceo edificio no tenía de alto, lo tenía de profundo. Al entrar, Gabriela observó la diáfana recepción, se acreditó y el vigilante la acompañó hasta los ascensores que la llevarían al inframundo.
- Buenos días, la están esperando, tome el ascensor y baje a la planta – 4.
- Muy bien gracias.
Gabriela iba acompañada de Miguel, su mejor agente de policía científica.
El objetivo de la visita era poder conseguir identificar al cadáver y descubrir el motivo de la muerte, para informar al juzgado y a los familiares.
Era media mañana y el sol de invierno empezaba a calentar, pero cuando Gabriela y
Miguel entraron en el ascensor, una gélida sensación les erizó la piel. Se miraron en silencio mientras descendían lentamente las cuatro plantas.
Al abrirse las puertas, una mujer vestida con una bata blanca los saludó y los acompañó a los vestuarios para que pudieran dejar sus efectos personales y ataviarse con el EPI que constaba de un mono blanco tipo celulosa, unos patucos verdes, unas gafas de plástico transparentes, guantes y mascarilla.
Disfrazados como si estuvieran en una película de ciencia ficción, Gabriela y Miguel siguieron a aquella mujer hasta la planta – 5.
Al abrirse las puertas observaron enfrente de ellos un largo pasillo oscuro, frío y lúgubre que empezaron a transitar.
Si no fuera por la luz púrpura y chisporroteante de las lámparas anti insectos que colgaban del techo y que daban luz a aquel lugar, aquella experiencia era digna de una película de terror.
Antes de llegar a la sala de autopsias donde les esperaba su cadáver, Gabriela y Miguel pasaron a una sala repleta de frigoríficos empotrados de acero inoxidable.
Observaron una gran pantalla donde se podía leer el número de la nevera y el nombre que le correspondía. Las X estaban reservadas para los no identificados.
Unos metros más adelante, a Gabriela le llamó la atención una gran cristalera, a través de la cual se vislumbraba una sala de unos 10 metros cuadrados.
Intrigada preguntó y la ayudante del forense le refirió que dicha sala estaba destinada al reconocimiento de cadáveres por parte de los familiares. Gabriela sintió un nudo en la garganta y como se le encogía el corazón al imaginar tal escena.
Finalmente, entraron en la sala de autopsias número 7.
La habitación tendría unos 20 metros cuadrados, era blanca y luminosa. En el centro había dos camillas de acero inoxidable, una con nuestro hombre X y la otra vacía.
En uno de los laterales se apreciaba una larga mesa con una gran báscula y un amplio kit de herramientas limpias y afiladas, preparadas para entrar en materia.
El forense y las dos ayudantes saludaron al binomio policial.
- Acercaros vamos a empezar la autopsia si les parece intentaremos primero conseguir lo que han venido a buscar.
La rigidez todavía era notable, pero la destreza del forense también.
En una precisa maniobra, consiguió enderezar el dedo índice del cadáver para que Miguel pudiera estampar la huella del muerto en la ficha de papel.
La autopsia siguió con el protocolo establecido, órgano a órgano fue sacado y analizado minuciosamente. Después de una larga hora, el forense comunicó a los agentes:
- Cuando tengamos el informe y los análisis de tóxicos en sangre se los haremos llegar al juzgado y, por deferencia, también a ustedes. Pero todo apunta a un fallo cardiaco.
Tercera Parte. El Serranito
Una vez acabada la instructiva autopista, Gabriela y Miguel, previo paso por los vestuarios, ascendieron cuál submarinista sin aire a la superficie. Llevaban consigo el cofre con su tesoro más preciado: una huella del dedo índice derecho del hombre X.
Gracias a la tecnología y con un poco de suerte, esa misma mañana podrían dar nombre a aquel hombre.
- Jefa, ¿Vamos a almorzar, conozco un bar muy cerca de aquí que hacen unos serranitos increíbles?
- Ya estamos tardando Miguel.
Candela Decadente
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23 Octubre 2023