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El perro de Goya

Los museos guardan muchas más cosas que cuadros, cada uno de esos lienzos no sólo contienen las ilusiones, espíritu y talento de su autor, además atesoran un pedacito del alma de aquellos que alguna vez los contemplaron.

Elisa suele ir a pasear por el Museo del Prado de Madrid. Le inspira el ingenio derrochado por los pasillos, le ayuda a tomar decisiones. En esta ocasión encuentra una puerta entre abierta y mete su cabeza para ver que hay. Ha oído hablar tantas veces de los famosos “Sótanos del Prado” que se imagina paseando entre esas obras.

Tras comprobar que no hay nadie, entra en la zona de despachos de los investigadores. Todo de lo más normal, nada de accesos misteriosos, es una sala de oficinas que recorre algo decepcionada. En una de las mesas encuentra un código QR, lo escanea y se baja una aplicación que se llama Virtual Prado.

Después de la aventura, vuelve a las salas y se sienta en una de sus favoritas, las pinturas negras de Goya. El resultado de la atormentada mente del pintor le ayuda a desconectar de su mundo, siempre se ha preguntado qué hay más allá de esos lienzos.

Se acuerda de la aplicación y la abre, aparece un cuadro de escaneo que coloca delante de la obra más enigmática, el perro semihundido y da al ok.

Ve una luz intensa, una especie de flash que la deslumbra, cuando abre los ojos de nuevo se encuentra en la orilla de un río, con un perro que hace esfuerzos por no hundirse en el barro. Más allá de la perplejidad de momento, el llanto del animal hace que Elisa corra para sacarlo, pero al entrar en los lodos de la orilla, se empieza a hundir también, así que decide volver a zona segura.

Inspecciona el entorno, pero no encuentra nada, ni siquiera una rama, resopla y coloca los brazos en jarra. Se da cuenta de su cinturón, se apresura a quitárselo y se lo lanza al perro que lo muerde, pero cuanto más fuerza hace, más rápido se va para el fondo. Ya apenas queda el morro y los ojos.

Suelta el cinturón y se lleva las manos a la cabeza horrorizada por el final del animal. Observa de nuevo el espacio con más detenimiento y ve lo que parece un área con menos lodo, aunque un poco más alejada de la orilla. Se dirige hacia allí y el can la sigue con sus ojos, al cambiar de posición encuentra algo más de libertad de movimientos.

Elisa le llama y le anima desde la zona segura, indicando el camino a seguir. Poco a poco empieza a mover sus patas hasta que logra, nadando, llegar a la orilla. Está exhausto, pero aún tiene fuerzas de agradecer a quien le ha dado confianza para salir, con unos cuantos lametones, correspondidos por caricias en el cuello y detrás de las orejas.

Una vez resuelto el primer problema queda el segundo ¿Cómo volver a casa? Saca el móvil y la aplicación tiene el cuadro en la pantalla y un aspa en la parte superior izquierda. Cómo ni tiene mucho que perder,  ni muchas más opciones, pulsa.

De nuevo el flash y se vuelve a encontrar en la sala del prado como si nada hubiera pasado, se sienta algo aturdida y saca la libreta de su bolso donde apunta:

“Tu eres el único que puedes evitar hundirte”

Miriam E. Monroy

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1 month ago