vivir arte a trvés
El Aquelarre
Para Elisa había sido un día de mierda, salía del trabajo con una expresión que podía haber servido a Munch como inspiración para “El Grito”.
Empieza a caminar sin rumbo fijo por la ciudad, todavía se dolía de la puñada, que sin saber de dónde venía, había recibido esta tarde y que la sacaba de un proyecto importante

Sin saber cómo llega a la puerta del Museo del Prado, son las siete de la tarde, decide hacer caso a su subconsciente y entrar aprovechando la franja de acceso libre.
Pasea por las salas con paso lento y mirada baja, parece como si los cuadros la observaran a ella en vez de al revés. Mete la mano en su bolso y toca su móvil, lo agarra con fuerza, es su billete para poder acceder a otros mundos cuando éste no le guste.
Sus pasos le llevan a la sala de Goya, pero en este caso no a las pinturas negras, busca “La pradera de San Isidro”, quiere conocer ese Madrid de la corte despreocupada, ociosa y holgazana, para la que los problemas no van más allá de qué vestir para el próximo baile.
Se asoma al pasillo y mira a ambos lados para comprobar que no hay nadie cerca.
Frente al cuadro, abre de nuevo la aplicación y enfoca el lienzo para dar al ok, la deslumbra flash que abre el portal al interior de la obra.
En esta ocasión si que hay algo que es diferente, cuando abre los ojos no está donde esperaba. No es un sitio luminoso, una fiesta en un bonito escenario, sino un lugar oscuro, frio, con un profundo olor a azufre. No tarda en reconocerlo, está en “El Aquelarre”.
Queda paralizada por el miedo. Los cantos parecen lamentos de almas en pena ante la representación del demonio, que se ha hecho carne en forma de macho cabrío. Se le cae al suelo el móvil, con el golpe todos se dan la vuelta. Elisa reacciona, recoge el dispositivo y sale del cuadro.
En un instante se encuentra de nuevo delante de la escena de la verbena de San Isidro, respira aliviada. No entiende qué está pasando, ¿Habrá sido simplemente un error del sistema?
Aplica el método de arreglo de “cualquiera que sea el problema” informático, reinicia el dispositivo, abre la aplicación y vuelve a enfocar. El resultado no cambia, vuelve a la misma escena tétrica de la que acaba de salir.
De vuelta a la realidad se sienta en el banco de la sala, parece que hoy todo le sale mal, agacha la cabeza y trenza sus dedos en la nuca mientras se masajea el cuello con los pulgares. Pasados los primeros instantes de desconcierto una idea llega a su mente ¿Qué pasará si entra al cuadro de “El Aquelarre”? Se levanta y echa a correr hacia las pinturas negras.
El guarda de seguridad, que está sentado en la esquina del pasillo, le sigue con la mirada y el sonido de las pisadas retumba por todo el museo, ya casi vacío. Se coloca delante del cuadro, observa a la muchedumbre tal y como lo hace el demonio, sus caras apenas están definidas y forman muecas.
Abre la aplicación y tras la luz aparece en “La pradera de San Isidro”, pasea por el prado que huele a hierba fresca y disfruta de las vistas de un Madrid que ya no existe. Se sienta en el suelo para intentar entender que está pasando.
Se descalza y coloca los pies en la tierra, cierra los ojos y repasa mentalmente todo lo que ha pasado estos días, intenta relajarse controlando la respiración, pero las imágenes de la oficina vuelven sin permiso a su mente hasta que en su cabeza se acciona un interruptor y grita:
– ¡Ya lo entiendo! – abre los ojos, sale de la aplicación y vuelve al museo.
Nada es lo que parece, huye del servil que te da buena cara pero en cuanto pueda te va a traicionar y quédate con quien sea sincero aunque te resulte duro.
Saca su libreta y apunta:
“Detrás de una bella escena se puede esconder un infierno y al revés.”

Miriam E. Monroy
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1 month ago