espacio en blanco
14 Ángeles contra La Bestia
La mañana de San Valentín del 1997 no iba a ser una mañana cualquiera para Norma Romero.
Aquel 14 de febrero cupido estaba agazapado, preparado y con el arco cargado, esperando a que ella saliera de casa.
Norma vivía en una familia humilde. Guadalupe, una pequeña localidad situada a 693 metros sobre el nivel del mar, estaba enclavada en una región denominada zona de las grandes montañas y situada solo a 5 km de Amatlán de los Reyes, un municipio de Veracruz, México.
La familia de Norma era numerosa en miembros, pero escasa en recursos.
Sin grandes ahorros, se podría decir que vivían al día.
Tenían seis vacas a las que ordeñaban a diario para sacar el jornal.
Como cada mañana, Norma y su hermana Rosa se levantaban temprano.
Tenían el cometido de comprar el desayuno para todos sus hermanos.
Justo en el momento que Norma atravesó la puerta de su casa y puso un pie sobre la calle 14, cupido salió de su guarida y le disparó a bocajarro dos flechas que impactaron directas a su corazón.
La primera de las flechas, llevaba en su punta forjada la palabra propósito, mientras que la segunda llevaba inscrita la palabra destino.
Norma tras el impacto notó un sutil dolor en el pecho. Desconocía que aquel día, el propósito y el destino se habían cruzado e impactado en su camino.
Un hecho fortuito provocó que las dos jóvenes regresaran a casa con las manos vacías. Lo que ambas no sabían era que ese día iba a ser el inicio de su gran aventura de vida.
De vuelta temerosas por la reprimenda de su madre, Norma y Rosa entraron en casa.
- Qué ha pasado, hijas, ¿Por qué volvéis con las manos vacías?
- Madre, no te enojes por favor.
- ¿Qué os ha pasado?
- Nos encontrábamos esperando a que pasara el tren al otro lado de la vía y cuando se aproximó, vimos a dos hombres subidos en él. Uno de ellos nos gritó: “Mamita, mamita tenemos hambre, regálanos tu pan”. Al ver la necesidad en sus ojos, no nos lo pensamos y les lanzamos las bolsas con el desayuno que acabamos de comprar.
- No me enojo con ustedes, aunque seamos pobres, hoy comeremos. A saber cuántos días llevan esos hombres sin comer.
Doña Leonilda, la madre, se quedó pensativa y a continuación dijo:
- Si vamos a hacer algo, vamos a hacerlo bien, mañana vamos a
preparar unos lonches (almuerzos) y se los vamos a dar.
Con la complicidad de sus dos hijas, a la mañana siguiente prepararon 75 lonches. Cada uno estaba compuesto por arroz, frijoles, atún y unas tortillas o pan.También limpiaron a conciencia unas botellas de plástico y las rellenaron con agua.
Al medio día ya tenían todo embolsado y preparado.
Cuando escucharon el lejano chirrido del tren, doña Leo y sus hijas Norma y Rosa salieron precipitadamente, recorriendo los escasos treinta metros que separaban su casa de las vías. La bestia de hierro avanzaba diligente a su posición.
El maquinista debió ver aquellas tres mujeres, apostadas junto a las vías, que con las manos alzadas agitaban unas bolsas de plástico, por lo que empezó a tocar el silbato a la vez que aminoró la marcha.
Aquella mañana Doña Leo y sus dos hijas gritaron alegres y sonrientes:
¡Comida, comida, comida! Mientras repartían los lonches a los migrantes que iban como podían en aquel tren de mercancías.
Las tres, una con más puntería que las otras, lanzaron a la bestia los 75 lonches que habían preparado horas antes con mucho amor y cariño.
La cabeza de la máquina con el número 4707 al frente y tras ella los polizones, se alejaron de Guadalupe.
Doña Leo emocionada, dijo:
- Hoy hemos podido calmar la sed y el hambre de algunos de los hombres que viajaban en ese tren, pero muchos de ellos se han quedado sin poder comer. Mañana volveremos.
Doña Leo en un primer momento no quiso compartir con su marido ni con el resto de sus hijos aquel nuevo menester.
Durante las siguientes semanas las tres mujeres se repartieron los
quehaceres. Mientras una preparaba los frijoles, la otra cocía el arroz y la tercera preparaba las tortillas.
Doña Leo hacía lo posible para que su marido saliera de casa, a primera hora, para poder trabajar en su cometido tranquila y de espaldas a él.
Pero en el barrio de las Patronas de Guadalupe, las noticias corrían más rápido que la pólvora, y tras poco tiempo la gente del pueblo empezó a opinar.
Pronto salieron detractores que tachaban a aquellas mujeres de locas.
No entendían por qué ayudaban a unos desconocidos de los que pensaban, que muy probablemente serían delincuentes. No les cabía en la cabeza como aquella familia tan humilde, regalaba los pocos recursos que tenían.
Pero como toda moneda, también apareció la cara, por lo que hubo mujeres que vieron en el gesto de doña Leo y sus hijas un acto ejemplar de compasión, amor y generosidad, uniéndose también a la voluntariosa actividad.
Con el paso del tiempo aquel trío acabó siendo un núcleo duro de 14 mujeres que con su trabajo apoyaban cada mañana, sin excepción en la preparación de los loches para los migrantes.
Con el tiempo también fueron aumentando las raciones de comida por la llegada masiva de migrantes. De 75 lonches pasaron cocinar de manera diaria 30 kg de arroz y de frijoles y otros tantos kilos de pan en sus rudimentarias y sencillas cocinas.
También se especializaron en el empaquetado de la comida y en los
lanzamientos a la bestia, consiguiendo mayor efectividad y resultados.
Aquellas mujeres creían firmemente, aunque otros no las comprendieran, que su felicidad, dicha y gozo provenía del hecho de compartir, pero sobre todo de la importancia de la actitud con la que hacían las cosas. Que no era otro que el amor y el cariño.
Las 14 eran devotas de la virgen de Guadalupe a la que rezaban todos los días y esta a cambio, esta les otorgaba protección, esperanza y fe.
Cada día a mediodía salían corriendo para repartir la comida a los migrantes que llegaban en el tren.
Uno de esos días, un chico joven, encaramado a la bestia, sacó
completamente su cuerpo, para poder coger uno tras otro los almuerzos que las patronas les ofrecían.
El cansancio y la mala fortuna hizo que resbalara y cayera a la vía. La bestia lo engulló y le amputó el pie.
El chico se empezó a desangrar, las patronas corrieron hacia él. En su extremidad inferior solo vieron pellejos de los cuales brotaba, con mucha abundancia sangre de color rojo intenso.
Con los limitados conocimientos médicos que tenían, las patronas le hicieron un torniquete.
Cristóbal, que así se llamaba aquel joven, antes de desmayarse pronunció las siguientes palabras.
- Me estoy muriendo, lo sé. Avisen a mi madre, por favor.
- Tranquilo, no te vas a morir, nosotras te ayudaremos y te
protegeremos.
Cristóbal finalmente perdió el pie, pero no murió. Durante algún tiempo se quedó en Guadalupe trabajando en su recuperación.
Gracias a este fatídico hecho, las patronas comenzaron a preocuparse, no solo por la comida, sino también por la salud de aquellos migrantes.
Con la ayuda voluntaria de las organizaciones médicas sin ánimo de lucro, muchos migrantes se beneficiaron y Cristóbal obtuvo una prótesis.
Durante la larga convalecencia, Cristóbal les explicó a las patronas que la bestia era el medio al que se subían personas de países, principalmente de El Salvador, Honduras, Guatemala, Venezuela y Cuba, para llegar al mal llamado sueño americano. Pero muchas veces dicho sueño se convertía en pesadilla. Explicó que se encaramaban a la bestia por dos simples motivos; porque era gratuito y porque evitaba 48 pasos fronterizos.
La mitad no conseguían porque las bandas los asaltaban, los secuestraban o los lanzaban a las vías.
Otros se caían por cansancio, expuestos a condiciones climatológicas adversas o caían sin querer, cuando se quedaban dormidos, provocando amputaciones de miembros o la muerte.
Por lo que aquellas mujeres eran ángeles situadas estratégicamente en el camino del infierno, proporcionando alivio temporal con los alimentos, agua y la ropa que repartían.
En ocasiones las personas se aproximaban a Norma y le decían ¿Tú crees que vas a cambiar el mundo con esto? Y ella siempre respondía:
- No voy a cambiar el mundo, voy a cambiar yo.
Estas mujeres siguen al pie del cañón día tras día ayudando e inspirando a otros con su amor y generosidad. Hecho que ha sido reconocido a lo largo de estos años por diferentes estamentos públicos y privados.
En el camino donde se junta la valentía y el amor siempre queda esperanza para un futuro mejor.
Candela Decadente
/
9 Noviembre 2023