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25 Febrero – ¿Qué es el Test de Bechdel?
El Test de Bechdel, también conocido como la «Ley de Bechdel», establece tres criterios básicos que debe cumplir una obra para superar la prueba:
La película (o cualquier forma de narrativa) debe contar con al menos dos personajes femeninos que aparezcan con su nombre
Estas dos mujeres deben tener una conversación entre sí en la que hablen de algo que no sea un hombre
Esa conversación debe durar más que un simple intercambio de palabras y debe ser relevante para la trama
A pesar de su aparente simplicidad, el Test de Bechdel revela sorprendentemente la falta de representación y profundidad de los personajes femeninos en muchas obras de ficción. Es más común de lo que uno podría pensar que las películas y programas de televisión no superen este simple criterio, lo que subraya la falta de historias centradas en mujeres y la tendencia a retratar a las mujeres solo en relación con los personajes masculinos.
Alison Bechdel es una historietista estadounidense. Su obra Fun Home. Una familia tragicómica fue finalista del Premio del Círculo de Críticos Nacional del Libro y elegida uno de los mejores libros del año 2006
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3 Septiembre – El beso en España
Ya lo cantaba Paquita Rico:
El beso, el beso, el beso en España / lo lleva la hembra muy dentro del alma / la puede usted besar en la mano / o puede darle un beso de hermano / y así la besará cuando quiera / pero un beso de amor, / no se lo dan a cualquiera
Parece que estas líneas sólo sirven para guardar la honra de jovencitas confusas y de aprendices de folclórica, pero desde luego no aplica a los presidentes de la Federación Española de Futbol. Siguiendo con el cancionero nacional, ahora me quiero parar en el maestro Sabina:
Tanto, tanto, tanto, tanto, tanto ruido / Mucho, mucho, mucho, mucho ruido / Tanto ruido / (Ruido escandaloso) / (Silencioso ruido) Tanto, tanto, tanto, demasiado ruido
Eso es lo que estamos sufriendo RUIDO, MUCHO RUIDO, porque los hechos son inapelables: nadie que represente a un país puede comportarse de esa manera. Sólo eso sería motivo para irse a casa, pero claro, es más fácil hacer RUIDO. MUCHO RUIDO, culpar al otro (sobre todo si es mujer) de haberlo provocado acercando su cuerpo (sólo le ha faltado decir lascivamente) y dar la vuelta a la tortilla (tortilla patria y que viva la tortilla con y sin cebolla), convirtiéndose en el agraviado y poniendo como escudo humano a su madre, hijas o cualquier persona de sexo femenino con quien comparta herencia genética.
Mientras unos se ríen con el sainete de tercera y otros se indignan, encendiendo el ventilador de la ira en twitter, X, o como se llame el repositorio universal de aquello que pensamos, pero nos avergüenza decir, vamos corriendo de vuelta hacia el siglo XIX.
Miriam E. Monroy
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2 Agosto – La cultura como bien de consumo (KaaS)
En nuestra sociedad cualquier cosa se ha transformado en un bien de consumo, lo que en el gremio de informática llamamos el “As a Service” o para los profanos, cualquier cosa que necesites te la empaqueto y alquilo por un módico precio. Esto alcanza desde un coche, el mobiliario de oficina, infraestructura informática o incluso las lavadoras.
Dentro de este mercado de compraventa entra la cultura, o mejor dicho la kultura (KaaS) que consiste en ir por el mundo con una check list que se titula: “Lo que tengo que ver” y me lleva a visitar los más importantes museos, monumentos y lugares, donde poderme fotografiar para subir a Instagram una historia, intentando que no se vean los cientos de personas que hay a mi alrededor.
¿Es posible pasear, mejor dicho atravesar un museo, y ser totalmente impermeable al arte que me contempla? Rotundamente SI
¿Que pensará la Gioconda, asomada en su marco, de los millones de personas que se arremolinan a su alrededor?
A mi cada vez me gusta más sentarme en los bancos de las salas de los museos, para contemplar primero las obras y así dar de comer al espíritu pero también para observar a las gentes. A veces me paro en un cuadro pequeño, que no aparece en las inevitables guías tipo “El Prado en veinte Obras” cuando debería ser “El Prado en veinte Vidas”, que pasa inadvertido para el resto y conectamos, y nos entendemos y a veces incluso nos enamoramos.
Miriam E. Monroy
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28 Junio – ¿De que están hechos los recuerdos?
Me ha sorprendido con la pluma lista para hablar del periodo estival y las vacaciones el fallecimiento de Carmen Sevilla, siempre me pareció que detrás de esa cara amable, “querible” por todos, había una mujer que escondía mucho sufrimiento:
- Víctima de una época
- Víctima de un modelo de mujer en el que no importa que es lo que realmente quiere y el principal valor es la renuncia, incluso a ella, poniendo por delante a los otros.
- Víctima de su propia belleza que la convierte en un mero objeto de deseo, el trofeo del salón que se coloca debajo del último venado abatido.
Con los años, vino a visitarla ese señor alemán que te coge de la mano y se ocupa de borrar tu vida, tus recuerdos y finalmente a ti, para llevarte ante la parca tal y como viniste al mundo.
La pregunta que me asalta de manera recurrente es ¿Que pasa con nuestros recuerdos cuando no estamos? ¿Es algo intrínsecamente ligado a nosotros y desaparece con nuestro fin? o como decía el sr. Jung (en este caso un suizo y no de los que se comen), pasa a formar parte del inconsciente colectivo, que yo lo veo como una inmensa sopa de la que todos bebemos y a la que todos contribuimos, incluso Mafalda, muy a su pesar.
Desgraciadamente para la humanidad, esa definición de un lugar, donde desde el anonimato, puedes soltar tus pensamientos, recuerdos o ideas, por muy raras, decadentes o dañinas que sean, se parece demasiado a Twitter, es decir, un vertedero.
Solemos tener una visión bastante buenista del ser humano, quizá por pura condenscencia con nosotros mismos. Reconocer la maldad, lo ruin y lo miserable en el otro, de alguna manera es hacerlo en nosotros mismos. ¿Que haríamos si tuviéramos una carta blanca, para poder saciar nuestros mas oscuros deseos, sin consecuencia alguna?¿Seriamos el perfecto ciudadano?
Miriam E. Monroy
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29 Mayo – Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…
Los truenos de las tormentas esporádicas del mes de mayo en Madrid, anuncian la llegada de la feria del libro al Parque del Retiro, igual que el gallo lo hace con el nuevo día.
Las filas de casetas a ambos lados del paseo de coches forjan recuerdos de infancia y muestran a los más pequeños la liturgia de ir de puesto en puesto, tocando los libros, hablando con los libreros y consiguiendo alguna firma esporádica del escritor de moda.
Cada vez hay menos librerías, de las de verdad, como la recordada Fuentetaja donde Don Jesús conocía los gustos literarios de mi padre y le ofrecía aquellos ejemplares que sabía que iba a disfrutar, después de una larga tertulia a la que yo asistía con lo ojos bien abiertos, no entendía nada, pero percibía que ese era un sitio sagrado, un templo.
Luego cayeron otras muchas, desde la Nicolas Maya fundada en el XIX, hasta Madrid de la calle de los libreros, donde apenas aguanta La Casa de Troya, como testigo de la época en la que los universitarios abarrotaban la calle para vender esos tochos que pretendían olvidar una vez aprobadas las asignaturas.
Este fin de semana, paseando por el centro, vi como había cerrado el maravilloso edificio rehabilitado por la barcelonesa La Central, para trasladarse a un pequeño local justo enfrente y me dio mucha pena, pero no voy a clamar por la protección de este tipo de comercios que articulaban los barrios, como si se tratara del lince ibérico, en esta ocasión quiero lanzar el mea culpa:
- Yo me acuso de haber comprado libros en Amazon
- Yo me acuso de dejar de visitar las librerías de barrio
- Yo me acuso de haberme dejado seducir por las grandes superficies para ahorrar tiempo.
- Yo me acuso de preferir la comodidad del ebook o el audiolibro al olor del papel.
No podemos poner el foco fuera de nosotros, en lo que el ayuntamiento o el gobierno puede hacer, ejerzamos nuestra responsabilidad para no perder lo que somos, si no lo hacemos, cuando nos queramos dar cuenta puede ser demasiado tarde.
Miriam E. Monroy
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30 Abril – Cuelga tú
No pasé mi adolescencia y primera juventud, pegada al cable telefónico que estaba unido a la pared de la casa familiar, acaparando la linea con esos:
- ¿Cuelgas tu?
- No, Cuelga tu…
Y así en un bucle casi infinito
Mi generación transita por el puente que va del mundo analógico al digital, cubriendo un abismo cada vez más grande para los nacidos con una tablet en la mano.
Vivimos el timbre del (único) teléfono de baquelita pegado a la pared de casa de nuestros abuelos, con un cable que con un poco de suerte, llegaba hasta el sofá de flores psicodélico a moda de los 70.
Vimos la llegada del móvil, en un principio como artículo de pijos y horteras que había que esconder, y vive dios que no era fácil con ese tamaño.
El dispositivo fue menguando en tamaño al ritmo que aumentaba la factura telefónica, lo que trajo ese:
- Te hago una llamada perdida y bajas
O la comunicación en función del número de tonos antes de colgar y el pseudo lenguaje que iba a cambiar el mundo para ahorrar en los sms, ¡Que ojo tenemos para las predecir el futuro!
La resurrección de Apple en forma de Iphone y Ipad vino a matar a los Nokia y la Blackberry de los ejecutivos agresivos. En virtud de la pantalla táctil volvieron a crecer los dispositivos, ya como centros de ocio y trabajo. Hasta llegar al día de hoy, que llevamos nuestra vida en un cacharro, que para lo que menos vale es para hablar por teléfono.
No me dejo a nuestro gran amigo ¿o no? el whasapp y su doble check para el hipercontrol y la necesidad de lo inmediato
- Me ha leído hace una hora ¿Porqué no me contesta?
Pareciera que estamos más contectados que nunca pero… ¿Estamos seguros?
El otro día llamé a una amiga sin ese menaje anterior de ¿Te puedo llamar? y me contestó preocupada
- ¿Que te pasa?¿Si me llamas es que ocurre algo?
Yo simplemente quiera charlar un rato, y sin darme cuenta invadí el espacio de esa burbuja aséptica que hemos creado entre nosotros.
Ya no nos comunicamos tu a tu, lo hacemos mediante interminables mensajes de voz, o textos más o menos largos y tropezados de faltas. Cosas del puto corrector ortográfico o esa acción del demonio de juntar en el teclado la “b” y la “v”.
Hemos perdido la frescura de la conversación en directo, la comunicación no verbal y sentir al interlocutor.
Dentro de poco encontraremos más “humanidad” hablando con chatGPT.
PD: Puedes llamarme cuando quieras.
Miriam E. Monroy
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28 Marzo – ¿Por que los niños no tienen piernas?
Tengo el recuerdo de cuando mi abuela me llevaba andando a la parada del bus, donde me recogía la ruta que cada día me llevaba al colegio. Me sale una sonrisa, de esas que te calientan el alma, cuando pienso en el frio que pasábamos en invierno, metidas en un portal para resguardarnos, que llamábamos “nuestra guarida”.
Esta mañana, mientras desayunaba, he hecho el cálculo mediante el Sr. Google del tiempo que me llevaría llegar a mi reunión de las 09:00, 15 minutos, así que he decidido salir con media hora para evitar atascos.
De mi casa al destino he pasado por tres colegios, situados en calles con un carril y una única dirección. He llegado a la conclusión, de que los niños en la actualidad, deben tener alguna dificultad motora que les impide andar más de veinte metros a su centro educativo.
El patrón es el siguiente: primera y segunda fila parando el tráfico (no sea que me vayan a dejar encerrado) de ¿coches?, más bien todoterrenos relucientes, que no han visto una pista forestal en su corta vida. Los padres, en la misma puerta, paran al grito de:
- Es sólo un momento.
Entonces, cual bombero, liberan a sus pequeños de los sistemas de sujeción de la parte de atrás de los vehículos y los llevan hasta el interior del colegio. Ese momento suele dilatarse hasta diez minutos.
Pasado ese tiempo, que me parece una eternidad, vuelven a salir con toda tranquilidad, una vez entregado su churumbel, perfectamente aleccionado en civismo y educación vial.
Eso si, cualquier queja, comentario o uso más o menos compulsivo del claxon, será contestado con una grosería. A lo que respondo con una sonrisa, pensando en la adolescencia de una criatura criada con esas muestras de civismo, con un poco de suerte les pegará una paliza si no le dan la paga.
Miriam E. Monroy