Still Loving You

Son las cinco de la mañana, la ciudad duerme, en el bosque de edificios apenas se ven algunas luces. Las avenidas están en silencio y los hombres de verde, no dan paso a nadie desde los
semáforos.
Una música lejana, sutil, pero totalmente reconocible, pone una sonrisa ingenua en el rostro del churrero que está abriendo su Food-truck, se trata de “Still Loving You”. Le lleva directo al verano del noventa y tres, a los torpes besos en el asiento de atrás de un Seat Panda, librando la batalla entre el pudor y el deseo, esas primeras veces que sientes unas manos extrañas sobre tu cuerpo.
La banda sonora era una cinta Gold Ballads de Scorpions en bucle hasta el amanecer.
La furgoneta está aparcada frente a un edificio de hormigón gris, que fue moderno allá por los años setenta, hoy queda como testigo de los desastres urbanísticos del desarrollismo. En su
sótano se encuentra la sala de ordenadores, es limpia, blanca, fría, casi hospitalaria. Está iluminada con una línea de fluorescentes encendidos día y noche, debido a la ausencia de
ventanas, que provocan un ligero zumbido que invade la estancia.
Falta poco para la hora de entrada de los empleados y el pequeño robot aspirador vuelve a su base, se trata de una roomba rojo brillante. Una vez finalizado su trabajo sus leds de colores dejan de parpadear y sólo queda activo el azul de modo hibernación. Del vestuario que hay al otro lado de la sala, sale el guardia de seguridad con un uniforme que hace años que le queda pequeño. Al pasar a su altura le pega una patada sacándolo de la base y lanzándolo contra la pared. Después
se enciende el cigarro que llevaba colocado sobre la oreja, tiene la misma sensación de superioridad que cuando era el matón de la clase, antes de que el mundo le pasara por encima, atrapado por el irremediable destino de que siempre vas a encontrar alguien más cabrón que tú.
La luz de los fluorescentes empieza a parpadear y el sonido metálico se hace más evidente, casi como una queja.
Gloria entra en la sala de ordenadores:

-Pero Mariano ¿Que te ha hecho el pobre cacharro? Empezamos bien el día

La contestación es la misma para humanos que máquinas, al pasar por su saldo le pega un
empujón con el hombro, que casi lleva al pequeño cuerpo de su compañera al suelo y hace caer
el libro que tenía entre sus manos.

– Se creerá muy lista – Dice entre los dientes y con los puños apretados, mientras su bota militar acaba pisando con fuerza la antología poética abierta en el suelo.
Gloria recoge su libro, limpia la tierra con el dorso de su mano y abre su mochila para colocarlo con cuidado en una bolsa que lleva al fondo. Comprueba que el robot no está roto, le da una
pequeña caricia y lo devuelve a su base.
Entra al vestuario, se lava las manos, los restos de tierra y de spray de pintura por la sesión matutina de grafitis se van por el sumidero. Cambia su blusa de flores y los vaqueros rotos por la
falda y chaqueta gris, que cubre el código de vestuario de la empresa, una gran editorial. Sólo se permite como muestra de rebeldía una corbata con los colores del arco iris.

Sube andando a su puesto en el área técnica, segunda planta, suficientemente arriba para estar lejos de las visitas y de la zona noble, en las plantas más altas, a las que se accede con llave
desde el ascensor privado.
Se dispone a iniciar su jornada laboral, entra en el índice del catálogo y va cargando en el sistema los textos digitalizados, con esa información entrena a la inteligencia artificial que han instalado en la red, chatFOS, para intentar que sea capaz de producir libros sin necesidad de pagar a un autor.
Buceando por los archivos, encuentra lo que parece una nueva producción sin autor, se trata de poesía, versos de amor para ser más exactos.

– ¿Quién es el imbécil que ha contaminado el sistema con unos poemas? ¿Os creéis muy graciosos? A ver como lo arreglo yo ahora.
La voz se oye en toda la planta, una gran sala sin paredes, llena de mesas blancas de Ikea sobre
moqueta azul. En cada puesto hay un empleado vestido de gris, azul o marrón. Nadie contesta, solo se oye teclear de manera rítmica sobre los portátiles, ni siquiera separan la nariz de su
pantalla. No es la primera vez que los compañeros deciden hacer una broma pesada a la “rarita” de la oficina.
A última hora, la única que queda en la oficina es Gloria que aún sigue intentando descifrar qué ha pasado cuando suena su móvil. Ha quedado para cenar y son las ocho, ya llega tarde. Baja las
escaleras corriendo hacia el vestuario, del sótano sale música de baladas, “Wind of Change” de Scorpions.
Se para a la entrada de la sala de ordenadores, no quiere sorprender a nadie en una situación comprometida, entorna la puerta y ve como el robot aspiradora está bailando al ritmo de la
música, alrededor de las máquinas, un haz de luz de color se proyecta sobre él desde el sistema audiovisual de la sala.
Se apoya en la pared y se quita la pinza que le sujeta el recogido, como si soltando la melena pudiera abrir más su mente, ¿Cómo es posible? ¿No será que los versos los ha escrito chatFOS?,
todo aquello le parece una locura.
Vuelve a subir la escalera y en esta ocasión baja haciendo ruido con los pies y hablando en voz alta, como si mantuviera una conversación telefónica. Cuando abre la puerta la música ha cesado, la misma luz hospitalaria de siempre y la roomba cubriendo aleatoriamente el suelo de la habitación. Se cambia a toda prisa y se marcha a casa, todavía sin poder creer lo que acaba de suceder.
A la mañana siguiente Mariano vuelve a estar peleado con el mundo, de nuevo la toma con el pequeño robot, es como si le relajara romper cosas. Decide que puede ser divertido fundir sus
leds con el cigarro que se acaba de encender.
Se cierran las puertas de la sala, el hombre intenta salir sin éxito, luego saca su móvil, pero chatFOS toma el control de su dispositivo al estar conectado a la wifi, empieza a patear las
estanterías con CPUs y arrancar cables. Se apagan las luces y queda encendido el piloto de emergencia, la inteligencia artificial ha activado el sistema contra incendios que sella la sala y
elimina el oxígeno, no piensa consentir que vuelva a poner las manos sobre la roomba, que se mueve sin control dándose golpes por toda la sala.
Ese día Gloria se ha quedado dormida, sube las escaleras del metro a toda prisa, mientras oye el estruendo de las sirenas y los destellos de las luces azules y amarillas de los servicios de
emergencias. Es otra mañana gris, más por el humo de los coches y la contaminación que por efecto de las nubes. Cuando llega al edificio está cortado el acceso, hay una cinta policial y una
ambulancia en la puerta. Nadie sabe exactamente qué ha pasado, llega el coordinador para mandarles a todos a casa un par de días.
Tras la investigación, vuelven a la oficina. Ese día Gloria llega un poco antes, ha cogido el primer metro. El Food-Truck acaba de abrir, compra un café caliente y un cucurucho de churros. Se
sienta en el suelo y se apoya en la pared, desde donde puede escuchar perfectamente la música de Scorpions, sonríe y sigue el ritmo de la música con los pies.
Acaba el desayuno, una ráfaga de viento se lleva el papel donde está envuelto y lo lanza a un charco al otro lado de la calle, un hombre que espera el semáforo lee de la noticia que contiene:
“Muere accidentalmente un vigilante de seguridad al saltar el sistema anti-incendios cuando se enciende un cigarrillo”.
Gloria se levanta, frota sus manos y saca de su mochila los sprays de colores con los que escribe, rellenando las letras con los tonos del arco iris:

“La siniestra oficina se
humanizaba por las noches
se oía un leve teclear.
Las máquinas se escribían
—unas a las otras cartas
de amor.

PoetisadeGuardia, Gloria Fuertes”

Miriam E. Monroy

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Abril 2024