espacio en blanco

La cara B

I

La silueta de una mujer se proyecta sobre un columbario en La Almudena. Deja una rosa blanca en un nicho y se queda mirando la pared de ventanas de granito, desde donde le saludan nombres del pasado. 

El móvil rompe el silencio:

– ¿Magistrada Martínez?

– Si.

– Reclaman a su señoría para una reunión.

– Que parte de “me tomo la mañana por motivos personales” no entiende.

Su mirada no se abre al espacio sino al tiempo, a ese Madrid de finales de los ochenta

II

En el comediscos de una habitación del número veintitrés de Espíritu Santo, suena “La calle del olvido” de Los Secretos. Para Dolores, más conocida en el barrio como “la melones”, en la vida siempre había tocado la cara B. 

Se coloca la blusa transparente que deja ver sus pechos y las estrellas que salpican sus antebrazos. Coge la cuchara y el mechero de la mesita, los mete en el bolso y sale a confundirse con las esquinas de la ciudad. Para los transeúntes no es más que un graffiti, algo que hay que limpiar.

Esa tarde, Juana va a recoger a su hija al colegio, aunque tiene quince años, ella prefiere esperarla en la puerta, no quiere que vuelva sola a casa.

La muchacha está con sus amigas, al llegar su madre se pone tensa y se baja la falda del uniforme azul marino, para que vuelva a caer por debajo de la rodilla.

– Venga, para casa. 

– ¿No me puedo quedar un rato?, luego me acompañan hasta el portal.

– ¡No!, y no me obligues a decírselo a tu padre.

Él era un detective de la peor comisaría de Madrid, criado en “la social”. No acaba de entender por qué esa gente, a quien molía a palos en el calabozo por ser enemigos de la patria, ahora son sus jefes y están en el gobierno. Cada noche vienen a visitarlo los fantasmas de aquellos a los que había arruinado la vida.

Carmencita agacha la cabeza y se va de mala gana. Al pasar por la esquina del sex-shop que habían abierto frente al colegio, saluda a “la melones” que está apoyada en la pared. 

Juana no da más opción.

– ¿Pero no le da vergüenza? Ponerse aquí al lado de un colegio.

Acelera el paso mientras increpa a su hija por juntarse con esa gentuza que ha destrozado el barrio de su infancia.

A la mañana siguiente madre e hija desayunan en la cocina. Se oye la puerta, se trata del detective Martinez que acaba de salir de su turno, tira las llaves en la entrada y deja una caja con documentación en el salón. 

– Buenos días, me voy a tomar un vino y prepárame cualquier cosa, me voy a echar un par de horas. Menudo turno de mierda, han encontrado muerta a esa puta, “la melones”, a la puerta del cine X de la calle desengaño.

Al entrar en la cocina se da cuenta que aún está su hija en casa, por un momento se hace el silencio.

– Hija, cuídate de esa chusma, ya ves cómo acaban.

Madre e hija salen para el colegio, en el trayecto Carmencita se echa a llorar, le confiesa  cómo aquella mujer había evitado que ella y sus amigas se fueran con unos muchachos, que las querían invitar a una fiesta. 

Les gritó que se fueran con su mierda a otro sitio y lo pagó a golpes mientras las jóvenes salían corriendo. Sólo quería evitar que acabaran cabalgando el caballo cuyo único destino era la parca, o aún peor, la muerte en vida en algún poblado donde agoniza parte de una generación.

De vuelta, Juana entra en la farmacia para comprar la medicación para que su marido pueda dormir. Charla con la dependienta que está tras el blindaje.

– Ayer vi a tu marido, nos atracaron de nuevo esta semana, tenías que ver como temblaba la recortada, era un yonki buscando algo que le quitara el mono.

Al cruzar una plaza, ve varias jeringuillas debajo de la línea de arbustos, se trata del mismo sitio donde ella, en su infancia, salía con otros niños del barrio. Los jóvenes que están en los columpios miran al infinito buscando la inocencia perdida, como cuando jugaban en esa misma plaza. 

Juana no se puede quitar a aquella pobre mujer de la cabeza, entre las carpetas encuentra un pequeño librito, se trata de un diario.

Dolores había llegado a la ciudad después de quedarse embarazada del hijo del señor en donde servía. Le había prometido que se iba a casar con ella, pero la echaron de la casa y su familia no quiso saber nada, era una deshonra. Tuvo que ir a la capital a ganarse la vida, poco a poco fue bajando la escalera hacia el infierno, en un jaco que una vez que se prueba te atrapa para siempre. 

El detective Martinez entra en la sala en calzoncillos y ve a su mujer de espaldas leyendo el diario, la mano le empieza a temblar y una lágrima cae por su mejilla, la vida le ha enseñado que la línea entre lo bueno y lo malo se diluye en demasiadas ocasiones.

Juana se vuelve, con los ojos rojos y le pregunta

– ¿Que va a ser de ella?¿La han reclamado?

– No, a nadie le importa, es una puta más y una yonki menos en la calle, la meteran en una fosa común.

– Al menos merece un sitio digno donde descansar.

III

La magistrada Carmen Martínez, como cada veinte de mayo, sale del cementerio tras dejar una rosa blanca en un nicho, no pone fechas ni apellidos, solo está grabado un nombre: Dolores.

Miriam E. Monroy

/

21 Enero 2024